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Falange Montañesa

Los falsos disidentes

Por Juan P. Vitali

Aquellos a los que nos apasiona el pensamiento, el arte, la política, la historia, según determinados ideales, caemos muchas veces en el error de creer que porque una persona o un grupo de personas, hablan o se ocupan de esos temas en términos parecidos a nosotros, harán algo concreto a favor o en defensa de esas cosas.

Esas personas suelen ser peores que los demás, y confieso que he caído reiteradamente en sus redes. Es que hablan como nosotros, parecen preocupados como nosotros, pero no son como nosotros. Y no es que nosotros seamos perfectos o dejemos de pensar en cada caso, hasta dónde podemos hacer algo por la disidencia y hasta dónde no. Pero ellos, los que escriben y hablan y levantan su índice inquisidor y nunca hicieron nada, no tienen ningún derecho a hablar de lo que pasa. Nunca se afiliaron a un partido, nunca concurrieron a una protesta, nunca defendieron nada que los comprometiera ni siquiera un poco, y encima se creen con derecho a enseñarle política, arte y pensamiento a los demás que sí lo hacen. No son militantes, no son artistas, no son historiadores, no son nada en realidad. Y lo que más asco da, es que quieren juzgar a los que realmente hacen cosas, y por ejemplo se afilian a un partido y militan, con todo lo que eso implica cuando el partido no está bien visto por el sistema. Ellos son los “superados” los que opinan desde afuera de todo, con una soberbia y una suficiencia insoportables. Ellos envidian la valentía de los que hacen algo y secretamente los odian, con un odio propio de cobardes.

Por eso creo en el valor de las palabras, sólo cuando esas palabras tienen un espíritu y un valor precisos, y están dichas por quienes además de decir, forman parte de proyectos quizá no perfectos, pero al menos reales.

El que nunca salió a la calle por nada no tiene derecho a opinar de ciertas cosas. No tiene derecho a decir que le duele lo que pasa, porque sólo decirlo es un insulto al que además de dolerle lo que pasa, sale a la calle solo o casi solo si es necesario, ante el desprecio y la insolencia de la mediocridad que nos rodea.

Esos falsos de toda falsedad, son los que se dicen más patriotas que los demás, pero se apuran a decirle fascista al que está diciendo lo mismo que él, pero lo defiende de modo concreto. Siempre hay una excusa para criticar al que hace las cosas, por parte de esa repugnante burguesía servil, que necesita hablar para calmar su consciencia sin hacer nada, y se nos pega a veces porque tiene un discurso parecido al nuestro. Por mi parte, ya no los soporto más, no los quiero ni cerca. Merecen mi más profundo desprecio. Un desprecio que no tengo por el adversario sincero y convencido, al que consideramos políticamente equivocado. La conducta es lo que vale: la sencillez, la actitud, la voluntad, la constancia, y un par de cosas bien claras. No hace falta mucho más.

Esos que creen ser todo y no son nada, porque no son pensadores, no son artistas, no forman parte de ningún proyecto político que no sean ellos mismos, y nos enseñan de todo como si supieran, no valen lo que vale la lágrima escondida de un trabajador que perdió su trabajo, o el poema anónimo que escribe un poeta indigente, o la canción que canta un pastor o un arriero en el último de nuestros perdidos pueblos.

Todos los que escribimos nos vemos seducidos en algún momento por la difusión de nuestras palabras, por la llegada que puedan tener. Pero lo que trasciende es lo que representa algo de verdadero valor.

La palabra no hace más que representar el mundo propio de ciertas personas e ideales y tratar de darles una carnadura semántica, está a su servicio, no al servicio de sí misma ni de la mala consciencia de un sin número de burgueses, que no quieren defender aquello que les fue entregado por sus padres para que lo conserven, y no hacen entonces más que hablar para convencer a los demás que ya no hay más remedio que entregarlo todo: Patria, bandera, historia, tradiciones, riqueza, territorio, pueblo, cultura y absolutamente todo cuanto se nos pida.

Jamás, pero nunca, nunca más quiero que sean ellos quienes lean una sola de mis líneas, ni quiero compartir con ellos espacio alguno, digo esto, por si alguna vez por error lo he compartido. Ya me repugnan demasiado.

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